miércoles, 31 de marzo de 2010

Rafael de Paula en mi aire vivido...

•  En el aire donde cada día le doy contento y forma a los sueños; en el mismo aire donde habita la soledad escogida; en el silencio vegetal que vale más que todas las palabras juntas y por juntar; donde viajo desde el barro a los colores o de la tierra al arco iris. Alcanzo con la yema de los dedos un sueño: Rafael de Paula visita mi estudio de "Pico del Campo" en Alcalá de los Gazules. Mientras, a través del ventanal, la naranja del sol va escondiéndose -poquito a poco- entre la copa de un árbol solitario en la raya del horizonte. La atmósfera por unos instantes, dora la figura imponente del gitano de Jerez. A la par que desde un huerto cercano, el viento trae el canto de un gallo despistado que confunde el alba con la atardecida.
 
La estampa misteriosa de Rafael recortada entre el claroscuro del día que se va. En el ángulo de la tranquilidad, despertando el vacío con su sola presencia, medio veroniqueando el tiempo. Al instante, me acuerdo de Sartre cuando dice que la emoción es una brusca caída de la conciencia, en lo mágico. Y la voz fantasmal de Bergamín con arreboles místicos entre la campana de la tarde: "El toreo tiene su música callada como los astros y su soledad sonora".
 
Rafael de Paula, habla lo preciso, midiendo el verbo igual que templa el toro. Mas que hilvanar las palabras torea la sabiduría al natural. Humo y sintaxis gítana -con gotas de retranca- con el pecho por delante. Roto en su gloria con un puñado de duendecillos barrocos que nimban su retrato. Y el hálito divino entrándole por la palma de las manos. Sabe igualar lo vivido con las cavilaciones a sabiendas que la fogata - interior o no- del soplo siempre es bien agradecida y que el rescoldo bien soplado reanima la llama. Para no acabar nunca - venga como venga la veta - en el frío incendio como en el sentir de Cesar Vallejo.
 
La vida del enduendado torero no cabe, como el cante jondo, en el papel, porque está bordada al mismo tiempo de oro y azabache y soplos misteriosos como pájaros migratorios que van y vienen. Con solo verlo se transparenta el toreo. De las lanzas afiladas al calor de la bulería. Pasa sin solución de continuidad de las fatiguitas mortales a la gloria. "Un hombre sin dolor, no es un hombre" (Proverbio chino). De gitanillo con mono de mecánico vuela a la catedral del toreo. En un santiamén, de monaguillo a pontífice gitano. Menguando las sombras por el sol. Inspirador donante de musas y duendes de artistas (escritores, poetas, pintores, escultores, músicos ... ) Y modelo de los palos grandes del cante. Niño gitano del barrio de san Miguel. Oyendo con los ojos el corazón del yunque trazando a fuego los vientos antiguos. Sabe lo que es la libertad del ave solitaria; pero por mor de la vida y sus conjuntos sufre también la escarcha de lo contrario. Rafael como su devoción y devocionario Juan Belmonte lleva el toreo en la masa de la sangre, con acento personal y caricia, esperando siempre ese toro azul que no llega.
 
Rafael de Paula, el hombre capaz de parar el reloj. Como un sueño cercano, palpable lo veo habitando por unos instantes en mi aire vivido. Mientras que de la memoria se me escapa el murmullo de sus tardes de gloria (los malos tragos se los llevan el humo de su cigarro impenitente). Auténtico, de vibrante intuición, sinceridad emocional, divino; pero con depurado oficio -digan lo que digan- porque jamás usa trucos ni martingalas; ni del gayo o matante colorido. Armonía pura aliada con el sentimiento. La paleta caliente (los tonos marrones) domina siempre su vestuario torero. Coleccionista de tópicos. Sin olvidar que los tópicos siempre tienen su razón de ser. El Gitano de Jerez, juega a pisarle las sombras al misticismo; a la "veta brava" del romanticismo o con aroma plateresco se mueve en otras esferas de la vida diaria. Hace tiempo que canjea el oro del vino de Jerez por el oro bordado de la manzanilla de Sanlúcar, donde mora -desde el lucero a la estrella- con la hondura y pellizco sintiéndose así mismo, ante el burel rojinegro de los almanaques. Como asistido en el poético decir del antiguo escritor barroco Antonio Enríquez: "que de sola la luz siente el sonido".
 
Con el sol ya en pura ascua y los vencejos rayando raudos el aire; el latido de un perro lejano y la brisa moviendo el flequillo de la naturaleza. Rafael de Paula me dedica -contrastando su silueta en la ventana grande que mira al Sur- el libro mítico dedicado a él mismo 'La música callada del toreo', de José Bergamín: "A mi amigo Jesús éste libro torero. 2 de marzo 2004”.
 
Cuando el gitano torea la pluma sobre el papel se pinta en el horizonte una nube solitaria que por su forma -¿no sé porqué?- se figura un toro bravo ¿Sería una metamorfosis de la memoria?).
 
Después Rafael de Paula visita la vieja plaza de toros alcalaína por primera vez. Con la noche reinando y poniéndole una corona mágica a tanto toreo allí vivido; en aquella ardiente soledad tan igual y tan diferente a la de mi estudio. Donde la fantasía torea los recuerdos con el capote de la ilusión del irrepetible torero, que remata con media verónica –la suya- en un reloj de arena la sorda bravura del tiempo y la noche zaína.
 
Por Jesús Cuesta Arana 11/02/10
 
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